Франсиско Аяла (1906-2009). “В ПАМЯТЬ”

JOSE ENRIQUE RODRIGUEZ IBAÑEZ

Francisco Ayala, sociólogo. Este fue el oportuno título que el Instituto de España dio al ciclo de conferencias con el que se sumó a los homenajes a la gran figura intelectual y literaria que acaba de dejarnos, con ocasión del centenario de su nacimiento en 2006. Sociólogo, sí, y de raza; no sólo escritor como perezosamente suele etiquetársele sin más. Y ello por razón de su obra ensayística y de pensamiento, de entre la que destaca ese clásico de la teoría social europea que es el Tratado de Sociología, lo mismo que otros títulos como Libertad y liberalismo, Ensayos de sociología política, Tecnología y libertad y La integración social de América. Pero hay algo más y es que la mirada ayaliana prolonga hacia toda su producción, incluida la narrativa, la agudeza analítica tan lúcida como irónica que caracterizó a su persona  a lo largo de una prolongadísima vida cargada de riqueza y densidad histórica y resumida en las portentosas memorias denominadas Recuerdos y olvidos. En este sentido, nada mejor que escuchar al propio autor cuando afirma:

Existen conexiones íntimas entre mis diversas dedicaciones literarias y mis escritos de pura invención están ligados con mis escritos de tipo escolástico, de modo que, lejos de haber abandonado la sociología, ella se encuentra presente en la base de todos mis escritos, aunque pudorosamente disimule y renuncie en todo caso a los revestimientos externos, por no decir al atuendo pedantesco con que suelen proteger su especialidad las diversas ciencias.

Ayala constituye, sin duda, un filón inagotable y una pieza única para la reconstrucción de la sociología histórica en lengua española. Perteneciente a la generación de la Guerra Civil (y, en concreto, a la fracción de la misma que se vio obligada a partir al exilio, pasando a ser un grupo de sociólogos sin sociedad, en feliz expresión de Arboleya), su nombre descuella junto con los de José Medina Echavarría, Luis Recaséns Siches y el ya citado Enrique Gómez Arboleya. Todos ellos, dentro o fuera de España, supieron dar continuidad a su formación europea, de signo germánico por lo general, desembocando en fértiles terrenos. Se trata de una etapa de nuestra historia intelectual que ha despertado la atención de jóvenes investigadores españoles, uno de los cuales, Alberto Ribes, ha escogido precisamente a  Francisco Ayala como objeto preferente de atención en diversos y renovadores estudios.

No me resulta posible explayarme aquí sobre todas y cada una de las sugerentes vetas presentes en la sociología ayaliana. Diré que el autor se anticipó a la aproximación al estudio de los problemas sociales en términos de globalización (a través de su propuesta o ley de unificación del mundo) y que muy bien podría ser incluido entre los más distinguidos críticos culturales de la modernidad. Testigo privilegiado de las convulsiones del siglo XX desde atalayas cualificadas Granada, Madrid, Berlín, Praga, Buenos Aires, Río, Puerto Rico, Chicago, Nueva York-, supo entroncar en sus visiones con analistas de la talla de Karl Mannheim o Raymond Aron.

Me centraré en su trabajo más emblemático, el Tratado de Sociología. Lo primero que choca en este libro es la composición del índice. Muy cervantinamente, Ayala anticipa los contenidos mediante frondosas entradillas dotadas de un estilo sugerente y neoclásico. Pasando al fondo, diré que para el autor los dos ejes en torno a los cuales se trenza la vida social son la cultura y el poder. La sociedad es vida en movimiento temporal sucesivamente acompasado por dos grandes fuerzas: la del progreso técnico y la del progreso intelectivo y moral. Lo primero constituye el proceso de civilización y lo segundo el proceso de cultura. El progreso material incluye, por supuesto, el mundo económico y sus conflictos. Pero este mundo económico se ve superado por el mundo estatal, cuyo poder organizativo es la expresión moderna de la coerción así como el campo de batalla de los retos de la libertad. En cuanto a la cultura, su despliegue vive una pugna constante con la consolidación de las estructuras de poder, pero ello no excluye que trate de plasmarse en  proyectos colectivos de cariz autocrítico que busquen, siempre, un mejor aunque azaroso porvenir.

El Tratado es una auténtica sinfonía que resalta a lo social como experiencia de lo vivido, concretada en un nosotros que se hace comunidad y, con el paso de los siglos, sociedad propiamente dicha, es decir, comunidad ampliada en un cruce de grupos y clases. Es esta una orientación histórico-vital, próxima a la filosofía de Ortega y Gasset, que nunca pierde de vista el papel central del individuo y la importancia de los grupos intermedios a la hora de establecer la gradación existente entre dicho individuo y la colectividad (así, las generaciones, que el autor presenta en clave realista y no al modo idealizante de Ortega).

Son dos los escenarios que propone Ayala para poner de manifiesto el vigor de la armazón teórica con la que trabaja. Estos dos escenarios son la moda como ejemplo cualificado de las sinuosidades del cambio social- y el arte en su calidad de expresión paradigmática de las complejidades de sistematización de la cultura. Ambos terrenos, lejos de constituir dimensiones accesorias del tablado social, se erigirían en ejes inmejorables del mismo, puesto que los dos poseen la virtud de tender puentes entre lo interpersonal y lo estructural, la vida cotidiana y la historia, las biografías y las grandes instituciones.

El análisis crítico de ese tablado sería justamente la tarea sociológica, tan inexcusable como limitada, dada su condición de ciencia de la crisis. Escribe Ayala en concreto:

Esta es la cuestión última de la Sociología: que pretende conocer, en cuanto que ciencia, la vida humana en su proyección histórica para dominarla y someterla a un control racional; pero este conocimiento no puede ser adquirido, ni este control puede ser ejercido sino por el propio objeto de conocimiento, que escapa de continuo a sí mismo en cuanto que es al mismo tiempo sujeto de conocimiento y voluntad- por la línea de evasión del tiempo, tendida hacia el futuro desde un presente cuya esencial fugacidad lo hace inaprehensible.

Toda la obra del autor rezuma un pesimismo cultural temperado por el apego al racionalismo crítico y a la búsqueda y defensa de la libertad (no creo ser infiel a la verdad si recuerdo que este fue el tenor dominante de su discurso inaugural pronunciado en el Congreso Español de Sociología celebrado en San Sebastián en 1989). Igualmente, son la ironía y el talante festivo los contrapesos de esa postura desencantada pero no desesperada.

Como ensayista, como narrador, como articulista, como conversador brillante e infatigable, Ayala supo fundir magistralmente el pensamiento y el relato. También el ejemplo ético-político que supo darnos ha sido formidable. Su figura es la de un grande de la cultura española que nos atrapa, nos inquieta y nos deleita (en particular, en la memorable novela Muertes de perro). Todo un teórico y todo un escritor. ¿Qué más me atrevería a añadir?

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